“Claudio guardó el revólver. Pensó en sentarse y en acompañar un rato a ese cuerpo caído, probablemente muerto. No se interesaba por ir detrás del escritorio; allí sólo había silencio. Quizá debía esperar que entraran los dos policías que habían quedado en la recepción. Tenían que haber oído el disparo.
Luego de unos minutos Claudio salió. Los dos policías escribían sentados en sendos escritorios enfrentados.
—Buenas noches —dijo Claudio.
—Buenas noches, doctor —contestaron unánimes los policías.
Claudio se detuvo en la puerta de la comisaría. Vio pasar el ómnibus de las 21 y 30 a Rosario.
—Por fin he hecho algo —dijo.”
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